Ocho años seguidos fui al acto del 24 de marzo. Este año no fui. Recuerdo la marcha del año pasado, la octava vez que concurrí desde aquel 2001 en que se cumplían 25 años del comienzo de la dictadura. Observé entre la muchedumbre a una chica a quien yo le enseñaba historia argentina como asistente de cátedra. Fue en el año 2002 cuando la tuve como alumna, mientras ella recién empezaba la facultad. Para esa época la morochita, llamada Silvina, no sabía ni quién había sido Onganía, a Martínez de Hoz nunca lo había sentido nombrar y jamás pudo entender conceptos fáciles como la Matriz Estado Céntrica de Cavarozzi. Recuerdo que me hice amigo de ella porque era una de las peores alumnas, y eso me llamaba la atención. Un día, antes de entrar en clase, la vi por primera vez agarrar un cigarrillo. Sus compañeras se rieron cuando el Derby Suaves la hizo toser, y para qué contar de aquella vuelta que fuimos a una fiesta en Jamaica, cuando le cayeron mal dos tragos de cuba libre y terminó en un pedo terrible. La tuve que llevar en andas a su casa. Pobre morocha, ni coger sabía.
Hace exactamente un año la vi en la marcha por el golpe de Estado, llevaba una remerita verde, una bandana azul en la cabeza que hacía juego con su pollera larga tipo hippie. Me acuerdo que estaba tomando fernet y un amigo suyo del centro de estudiantes le pasó un porro casi terminado. Haciendo poses combativas y al son de bombos y redoblantes entonaron protestas contra el hambre y la pobreza generados por el modelo económico, pero pensé que mucho hambre ellos no debían tener, porque les quedaba guita para comprar faso y escabio. Después vino el clásico "Haber, haber, quién dirige la batuta, o el pueblo unido o los milicos hijos de puta", y unos minutos más tarde me acerqué, la saludé y nos confundimos en un fuerte abrazo que me impregnó de olor a chala. "Estoy terminando algunas materias de tercero, todavía me quedan dos años por cursar", me alcanzó a decir para que yo sacara cuentas de que suele existir bastante correspondencia entre ser un estudiante crónico y dedicarse a la política estudiantil.
Ese fue el último acto del 24 de marzo al que fui. Hoy me la pasé en el barrio. Terminé Operación Masacre de Rodolfo Walsh, releí la primera parte de La Educación Sentimental de Flaubert, corregí los exámenes de Lengua de primer año de secundaria, preparé la clase para mañana, visité un ratito a mi viejo que estaba laburando, hice un trabajo en la PC para un amigo, limpié un poco la casa, salí a correr un rato y a la vuelta reflexioné un poco sobre aquel 24 de marzo de 1976, lejos de la gilada y el caretaje fumanchero de las marchas.
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