lunes, 23 de junio de 2008

La pureza

El Papa declaró en estos días que sólo pueden recibir la comunión los "puros", y que queda prohibido el sacramento a los divorciados porque considera que "viven en el pecado". Además, afirmó que quienes no puedan tomar la Eucaristía debido a su situación personal (los divorciados) “encontrarán en el deseo de comunión una fuerza y una eficacia salvadora”. En respuesta, el premier italiano Silvio Berlusconi se sumó al grupo de divorciados vueltos a casar que le reclaman al jefe de la Iglesia que levante la prohibición de comulgar que pesa sobre ellos, ya que separarse de derecho es considerado pecado dentro del catolicismo.
Si uno sigue la postura del Papa, se podría arriesgar que tendrían que cerrar todas las fábricas de hostias y cálices de la Tierra y dedicarse a otra cosa. Más claro: si existe persona en este mundo que sea "pura", que me avise porque quiero conocerla y hacerle un reportaje con foto incluida. ¿Habrá pensado Benedicto XVI en la posibilidad de que existan personas casadas "impuras"?.
Hay buena gente que por distintas razones ha tenido que recurrir al divorcio, y hay mala gente que está casada, o que estando casada tiene algún amante o algún muerto en el ropero. ¿Y qué decir de los divorciados que no son creyentes? ¿Qué tema, no? Porque en ese caso, paradójicamente, el Infierno sólo queda reservado a los creyentes divorciados y no a los budistas o ateos divorciados. Sólo por poner algún que otro ejemplo de cómo la religión funciona como un mercado, cuyas reglas se aplican a quienes están dentro de ese mercado y no fuera.
Es una postura bastante reaccionaria y elitista el hecho de separar los fieles en categorías sin siquiera empezar por casa, es decir, limpiando toda la impureza de la institución religiosa. Impureza reflejada de manera exponencialmente macabra en casos de abusos sexuales y violaciones a menores de edad cometidos por sacerdotes católicos. Valdría aclarar que estos últimos son quienes administran -usando palabras de Pierre Bourdieu- el capital "salvación de las almas" a los fieles, una vez que éstos cumplen con el trámite de confesarles sus pecados.
Si la Iglesia es el pueblo de Dios, como afirma una explicación teológica, de la sentencia del pontífice se podría desprender que en dicho pueblo hay ciudadanos de primera categoría y ciudadanos de segunda sin derechos a evitar la deportación o el confinamiento en campos de concentración, o sea forzados a ingresar al Infierno. O mejor dicho aún, y pidiendo licencia al mismo Bourdieu, habría un sector de la feligresía -los divorciados, por la causa que fuera- marginado del mercado de bienes religioso-espirituales, es decir fuera de toda posibilidad de adquirir el valioso capital "salvación del alma" otorgado por los curas, quienes administran estos poderes aunque no los poseen, pues en teoría sólo Dios fija las reglas de este mercado y detenta los capitales o medios de salvación, además de asistir a la Iglesia -según la misma Iglesia- a través del Espíritu Santo.
En fin, infundir temor a Dios y enseñar dogmas impiadosos fraguados por hombres son tretas que ya casi que no le dan poder a la Iglesia, una institución que bastantes méritos hace para entrar en decadencia y socavar sus créditos de autoridad moral y espirutual.
El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra, supo advertir al mundo el líder fundador de la empresa evangélica. Si Ratzinger y sus secuaces se hallan "puros", pues pobre de la Magdalena si viviera.

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