domingo, 30 de marzo de 2008
Silvana
Ha no muchos días entré a una librería que está en Deán Funes esquina Vélez Sársfield buscando un libro de Flaubert que me había pedido leer mi ex profesor de tesis e, instantes después, ella ingresó. Para mí, era imposible confundir su bello rostro de tez morena, su mirar profundo de ojos rasgados y sus pómulos salientes. Mientras arrancaba el numerito del turno me vio de reojo, intentó desviar la mirada simulando no haberme visto como para no saludar, pero le gané de mano y la encaré. Después de mi "Hola Sil" fue un breve conversar sobre el presente y sobre el pasado durante el cual pude notar cómo el paso de los años le había dejado sus marcas. Su semblante pálido y triste, acentuado aún más con las prendas oscuras y desgastadas que vestía, contrastaba con sus felices y atrevidos años adolescentes. Tal vez ella pensase lo mismo de mí. Me contó que estaba trabajando en un call center y vivía sola con su hijita Candelaria, de siete años. Luego con nuestras lenguas nos fugamos un año y medio atrás, cuando la vi por última vez durante una despedida de año en el bar brasilero. Esa noche mantuvimos una charla aún más corta mientras Jorge, su por entonces futuro marido, escuchaba nuestras añoranzas de escuela secundaria. ¿Seguís saliendo con aquel flaco?, le pregunté y su ceño fruncido me lo dijo todo. Ni traté de repreguntarle si se había casado y ella supo bifurcar el diálogo contándome que a Candelaria, fruto de una pareja anterior a Jorge, le operaron la vista por segunda vez. Las dos, me dijo, se habían mudado a un departamento pequeño a un par cuadras apenas del colegio donde supimos cursar juntos. "Ahora estoy saliendo con un chico que es empleado de comercio", continuó al tiempo que pagó el libro de matemáticas que fue a comprar para su hija. Yo le recordé que ella me gustaba mucho y mis celos por un viejo noviazgo de ella con un amigo mío. Nos preguntamos porqué estuvimos tanto tiempo sin vernos y rememoramos aquella fiesta del Estudiante de setiembre de 1997 o 1998, cuando a mí me tocó disfrazarme de mariposón y ella se encargó de maquillarme. Fue en esa tarde que me confesó que le encantaban mis labios y de mi tórrida respuesta, que repetí por aquellos días cada vez que me daba la oportunidad, aún se acuerda.
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