martes, 4 de marzo de 2008

¿Cómo andamio?

"¡Oh, qué horror! ¡No quiero ni ver!'', gritó la gringuita hija de sojeros mientras, con su mochila en la espalda, curioseaba frente a una vereda tapada de arena y escombros sobre Ituzaingó casi Obispo Oro. "Huy, pobre negro...", observó simultáneamente el hijo del inmobiliario al tiempo que, aferrando su bolso porta notebook, enfilaba hacia un pacato bar ubicado cerca de la polvorienta obra. "¡Por Dios! ¿Será posible?", murmuró impávida una vecina rubia entrada en repintados y reteñidos años, cuando volvía a paso redoblado de la misa de los Capuchinos. Y mientras una legión de bien vestidos transeúntes iba y venía componiendo un pálido e indiferente paisaje social, el cuerpo de piel cobriza yacía inmóvil en el suelo, con sus piernas manchadas de sangre joven y las manos, frías como piedras, estaban duras sobre el pecho sin latidos.

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