sábado, 15 de agosto de 2009
Encuesta II
Se quedó espiándome después de que la molesté llamando a la vieja casa donde vivía. Era plena siesta en barrio General Paz y no podía enganchar ninguna encuesta. Época de elecciones. No podía hacérsela a ella porque no tenía domicilio ahí, pero extrañamente no entró. Mientras yo seguía tocando timbres y golpeando puertas de casas contiguas, me inquieté un poco por la manera en que esa chica me observaba, parada en el umbral de la puerta. Tenía una remera blanca que le llegaba a los muslos, tipo camisón corto, y estaba descalza. Entre rechazos y ausencias en las otras viviendas consultadas, ya no resistí más y volví sobre mis pasos para hablarle. Me dijo que se llamaba Soledad e intuí que me conocía, y de hacía mucho tiempo. Pero no se me ocurrió preguntarle nada, tenía la cabeza con un tifón de ideas y con ganas de terminar la jornada de trabajo. "Me llamo Sebastian", le dije, y ella me preguntó si me acordaba de "Bucor". Ahí caí. Había sido mi primera novia, hacía dos décadas, durante todo un año que habíamos sido compañeros en una escuela de natación. Ella era quien siempre estuvo al lado mío en mis primeros miedos al agua, quien me ayudaba a soportar a la malvada profesora del nivel dos, y la primera chica que yo había besado. Después de esa relación precoz no nos vimos más. Soledad estaba hermosa como supe imaginarla muchas veces luego de perderle rastro. Piel pálida, ojos grises levemente rasgados y cabellos larguísimos ondeados y negros, aunque estaba algo flaca y pintaba demacrada. Prometí volver a verla. Antes de despedirme me dijo que vivía con una tía anciana, y que estaba soltera y sin hijos, que tenía 28 años. Fui como a la semana, tomamos un café en su casa y me congeló al contarme que tenía cáncer de médula. No hube palabras que decir. Me fui pensando en hacerle otra visita, y los dias siguientes llamé a su celular pero nadie respondía llamadas ni mensajitos. Decidí volver a los dos meses y pico, pero me enteré que ya no vivía nadie en esa vieja casa.
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