El último jueves de mayo, con mi amigo Luis Ludueña fui a Oncativo para ver la conclusión de un partido de fútbol de la liga local, que el fin de semana anterior había sido suspendido por incidentes a poco de comenzar. Se enfrentaban el club de la ciudad y San Lorenzo de Manfredi, donde jugaba Miguel, el hijo de Luis.
Cuatro grados bajo cero habíamos que aguantar en la pequeña tribuna del estadio de Flor de Ceibo, nombre del equipo que había quedado con 9 jugadores el domingo. Estábamos en medio de la barra del visitante, unas 200 personas ataviadas de azulgrana de las cuales más de la mitad eran mujeres, de todas las edades y todas bullangueras. Hasta el intendente de Mafredi había ido a alentar a San Lorenzo -puntero de la tabla zonal- en un resto de 80 minutos que le quedaba por disputar.
No bien empezó el primer tiempo me imaginé que las cosas iban a ser felices para los de Manfredi, que además de ventaja numérica consiguieron abrir el marcador pasados los 15 minutos del juego, a través de un potente tiro libre pateado por el marcador central. Cuando los locales se aprestaban a sacar del medio, se armó un tole-tole entre jugadores de ambos bandos. Una provocación a un rival por parte de un defensor de San Lorenzo le valió la expulsión. Yo no podía creer. Habían hecho un gol y le echaban un jugador. Quedaban 10 contra nueve. Encima el centrodelantero, apodado “Camerún”, no paraba de insultar a los contrarios y comenzó a discutir con el árbitro, quien le mostró la amarilla. El técnico, al ver que “Camerún” había perdido los estribos, minutos antes había mandado a calentar a un suplente y, no bien éste estuvo listo, pidió hacer el cambio. “Camerún” no quería salir de la cancha, se hacía el boludo y ni miraba para el lado del banco. Sus compañeros le pedían que se vaya, que él debía salir pues lo iban a reemplazar. "Camerún" insistió en quedarse adentro. Los de Oncativo no entendían nada, el partido no podía seguir. El árbitro decidió que todo continuara, aunque el enfurecido técnico de San Lorenzo insistió una vez más en llamar a "Camerún" y pedir el cambio. Yo le pregunté a Ludueña si alguna vez había visto algo así adentro de una cancha de fútbol. Negativo.
Corner para Flor de Ceibo. Antes de que sea pateado, el arquero de San Lorenzo corre hacia fuera del área grande y le pide al juez que ordene a “Camerún” retirarse. En tanto, los locales quieren aprovechar la distracción y se apuran a hacer el tiro de esquina, aunque sin el resultado esperado. El árbitro ya estaba decidido a expulsar al negro cuando apareció el tres de San Lorenzo, un colorado grandote, pidiéndole a su DT que no insista con el cambio para que no rajen a su porfiado compañero. Para colmo, las gringuitas de la hinchada lo vivaban al morocho, erigido en figura del campeonato sojero. Todo siguió con lo que quedaba de normalidad a esa altura del juego, terminó la primera parte y fuimos a buscar unos cafés. Ratito después, no sorprendió cuando vimos que ya no estaba el irreverente “Camerún” entre los 10 de San Lorenzo que salieron a la cancha para jugar el segundo tiempo.
Fue un partido chato, sin casi nada de fútbol. San Lorenzo desperdició varias oportunidades para liquidar el pleito. Cuando faltaban 10 minutos para el cierre, Ludueña me dijo: “Mmm, siento un olor a gol… Me parece que nos empatan”. 20 segundos después hubo un tiro libre para Flor de Ceibo desde la punta derecha del área rival. Disparo en diagonal y gol. Miré a Ludueña con cara de asustado por su vaticinio, y él me guiñó el ojo. No le dije más nada y pensé que no al pedo tenía sus años el tipo.
En tanto los de Manfredi comenzaron a apurarse para revertir la situación. Y lo consiguieron sobre el pucho final. Corner corto, centro y gol de cabeza del 10 del visitante, el jugador más bajo de la cancha. Un desahogo sobrevino y tras éste, otra vez sopa: el arquero de San Lorenzo se agarró las bolas y le hizo una señal provocativa a la hinchada local. A instancia del línea, la roja lo mandó al vestuario antes de término.
De nuevo yo no lo podía creer. A estos boludos le echan uno cada vez que hacen un gol. Agotada toda sustitución posible, el central -autor de la primera conquista- se puso el buzo y los guantes mientras Ludueña júnior quedaba como caudillo atrás. Menos mal que faltaba poco para terminar porque el frío polar se había impreso en mis huesos. No bien sonó el pitazo final, Ludueña -congelado y sin aliento- me gritó: ¡Che Seba no doy más, vamos a entrarle a unos choris antes de pasar a buscar a Miguel!”
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