martes, 3 de febrero de 2009

Caseros, 157 años

En la ciudad de Córdoba, la calle Caseros es continuación de Entre Ríos. Caseros es el nombre de la gran batalla que llevó al poder al general Justo José de Urquiza, por entonces Jefe del Ejército Argentino de Operaciones -que tanto sacrificio le había costado armar y preparar a Juan Manuel de Rosas-, y amo y señor precisamente de la provincia mesopotámica que da nombre al otro tramo de la calle.
Si bien el triunfo del entrerriano lo llevó al poder poniendo fin a una guerra interna librada entre facciones del Partido Federal, el mayor rédito estratégico y político lo logró el viejo Partido Unitario, que logró reorganizarse en Buenos Aires, llamar a una constitución nacional y empezar a definir una estructura política liberal. Es decir, forjar un Estado nacional y abrirse al mundo.
Ahora bien, viéndolo desde un punto de vista más amplio, podemos arriesgar que el desenlace de Monte Caseros tuvo proyección no sólo regional -pues era el final de una guerra que también tenía su correlato en Uruguay y el Brasil- sino mundial. Caseros le vino como anillo al dedo a los intereses económicos y políticos de Inglaterra y Francia sobre Sudamérica, y además le dio al Brasil la indiscutible hegemonía sobre la Cuenca del Plata, ya que le permitió no sólo frenar para siempre las pretensiones expansionistas de Argentina sobre el Paraguay y sobre el Estado Oriental, sino también obtener la libre navegación de ríos argentinos que llevaban al Mato Grosso. Y como si fuera poco, el vecino país se aseguraba definitivamente la soberanía sobre nuestras antiguas Misiones Orientales y sobre el tercio septentrional del territorio de Uruguay, además de pasar a ser tutor y acreedor de un Estado Oriental endeudado y debilitado. Sin Caseros, por otro lado, Brasil no hubiera logrado la consolidación del régimen en su interior y la desaparición por largo tiempo de las convulsiones regionales, en un momento en que la continuidad de la égida imperial tambaleaba por la guerra que se avecinaba con la Argentina del temido Rosas. El caudillo bonaerense estaba precisamente interesado en eliminar la influencia económica y política del Imperio sobre el Estado Oriental y recuperar los territorios de las Misiones Orientales, resignados tras la Convención Preliminar de Paz de 1828.
Pero no fue así. Caseros acabó siendo, en este sentido, la más significativa victoria militar brasileña, además de ser el desquite oficial de Ituzaingó, triunfo rioplatense conseguido 25 años antes en suelo enemigo, que no supo ser aprovechado estratégicamente por la diplomacia nacional de aquellos tiempos.
"Si más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad y nuestro honor, es porque más no hemos podido", escribió un derrotado y herido Rosas en el crepúsculo de aquel tres de febrero, mientras Urquiza mandaba a fusilar soldados leales al bonaerense y brindaba con el enemigo externo. Rosas, el tirano. El dictador. El Restaurdor de las Leyes. El durante dos décadas Encargado de las Relciones Exteriores de la Confederación Argentina. El caudillo detestado por unitarios y brasileños. El "reo de lesa Patria", según lo declararon los unitarios que conspiraron contra la Patria apoyados por las potencias mundiales y que se hicieron nuevamente con el poder a partir de 1852. El gaucho Don Juan Manuel, amado por el paisanaje y hasta por los indios. El respetado por ingleses y franceses. El innombrable ausente forzado en la nomenclatura de calles, plazas y escuelas de Córdoba. El hacedor de Obligado. El "maldito de la historia oficial", como dice Pacho O'Donell. El de los billetes de 20. El opositor a la "organización nacional". El "godo" católico y tradicionalista. El acreedor del sable corvo que acompañó a San Martín en su marcha libertadora en América del Sud. La espada del grande hombre fue a manos del perdedor de Caseros. Por algo será.

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