viernes, 19 de septiembre de 2008

Emolandia

Son muchos, muchísimos. La mayoría son de clase media y viven en ciudades.
No quieren cambiar la realidad, ni siquiera un mínimo aspecto de ella; piensan que eso no tiene sentido.
Algunos se autoflagelan mediante prácticas como, por ejemplo, cruzar con el semáforos en rojo o con la barrera baja, tirar basura a la vía pública, mirar programas de chimentos o de culos de alquiler en televisión, golpear cacerolas, evadir impuestos, negarse a denunciar delitos o testificar ante la Justicia, acomodar a familiares en puestos públicos, pagar o recibir coimas, votar candidatos de probada indigencia moral e intelectual o aplaudir a personajes como Blumberg y Julio Cobos.
Después, muchos de ellos, ante las injusticias que ellos provocan a sí mismos, se quejan y putean, expresando sentimientos negativos como el dolor, la desilusión, el miedo y la rabia.
Tienen la mirada triste, y cada día ganan nuevos adeptos en las grandes ciudades.
Se definen como personas sensibles. El mundo que los rodea no los comprende y, quizá por eso, tienden a victimizarse. Usan frases como "el mundo nos discrimina", “no nos entienden”.
En su andar y desenvolver diario, manifiestan un estado del alma, y hacerlo de manera compartida es mejor que corroerse en soledad. Por eso, suelen juntarse de a varios a charlar en un café para tirar soluciones mágicas o mesiánicas a los problemas del país, o para buscar remedios al gran drama futbolítico de la selección argentina.
Todos los fines de semana hay peleas entre las distintas tribus. Se discriminan entre ellos por el aspecto, la forma de hablar, la preferencia sexual, el color de la camiseta o de la piel. Encima de todo, suelen condenar moralmente a agrupaciones juveniles urbanas, como los emos, imputándoles actitudes supuestamente pesimistas ante la vida.

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