Eran las ocho de la noche de un caluroso martes de carnaval, en febrero de 1971. El cielo de barrio Jardín se poblaba de nubes pintabas de un gris que amagaba ennegrecerse, a pocos minutos del comienzo del baile en el viejo club Corcemar. No había más de 60 personas en el lugar, un predio al aire libre que colindaba con las viviendas de los vecinos de la misma manzana.
Hasta allí llegué con un grupo de amigos del barrio, esperando la presentación de Alberto Tosas y Los Rebeldes, el conjunto sensación del momento. De repente, subió al pequeño escenario un locutor quien con voz fina anunció: “Señoras y señores, hace su presentación esta noche el Cuarteto del Pibe de Oro… Berna, con Carlitos Jiménez”. Mientras los músicos ocupaban sus posiciones, apareció entre el escaso público un muchacho muy flaquito, de no más de 20 años, de media estatura y larga melena lacia y oscura que caía sobre una camisa brillante y blanca, como lo era toda su ropa. “Permiso, permiso”, repetía caminando apurado y sacando pecho a los manotones, como abriéndose paso, pese a que se desplazaba por una pista lo bastante raleada como para llegar sin dificultad al escenario. Lo mirábamos sorprendidos, sin conocerlo, ya que nosotros esperábamos la orquesta de Tosas. Sólo un puñadito de ocho adolescentes que parecían ser sus seguidores, lo vitoreaban bien cerca de las tablas.
Ahí nomás empezó el recital y Carlitos, fiero como pocos, no tardó en mostrar sus dotes de animador, contorneándose y quebrando la cintura al compás del rancio piano de un pibe en silla de ruedas.
Minutos más tarde, corrían los comentarios chistosos y las carcajadas. Algunos curiosos, en su mayoría jóvenes estudiantes que poblaban el vecindario, se asomaban por las ventanas de las casas altas o se subían por las tapias para averiguar de qué se trataba semejante batifondo en el club. “¡Dejá de ladrar, perro! ¡Andate!”, le gritaban al ignoto cantante quien, entre tema y tema, sólo atinaba a decir nervioso “Gracias, gracias”. Nosotros nos reíamos asombrados de lo mal que entonaba Carlitos, en cuanto el resto del público, indiferente, no veía la hora de que Berna se fuera.
En total, sólo seis canciones pudieron tocar, pues tuvieron que retirarse rápidamente evitando la posible llegada de tomatazos o bolsas con orina. Después, vino lo que esperábamos: el conjunto Santamarina y, a la postre, el mentado Alberto Tosas y Los Rebeldes. Ninguno de quienes asistimos al baile de aquella noche se imaginó a dónde llegaría ese muchacho que bajara del escenario abucheado.
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