La mitad del pasaje se había bajado para pedir ayuda. El chofer estaba arrodillado agarrándose el pecho con una mano y su abultada barriga con la otra, mientras jadeaba. De su boca brotaba un líquido viscoso, muy impresionante. Alcanzó a regurgitar algunas frases cortadas. Logramos escucharle que hablaba de una "botellita", de "los caramelos".
Nunca pensé que una acalorada discusión con un pasajero iba a llegar a tanto. Cuando el colectivero logró incorporarse lentamente y se abalanzó sobre el asiento del conductor, suspiramos aliviados. Una señora que se le acercó para secarle la transpiración le pidió que se sentara en una de las butacas vacías. El chofer no contestó. Agachado buscaba al lado y abajo del asiento "la botellita", mientras su cara se hinchaba y los ojos se le ponían más rojos. Pero no pasaron muchos segundos hasta que se desplomó nuevamente.
A esa altura había llegado un inspector, otro chofer y un policía. Trataron de reanimarlo con una gaseosa. Logré escuchar que el otro chofer recién llegado le preguntó: "¿Adónde pusiste la botella?". "Me la olvidé en punt'e línea", alcanzó a soltar su compañero, que parecía haber visto la muerte de cerca.
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